MATERIALIZAN EL BARRIO DE LA ALEGRÍA... Y SIN SABINA


Por Pablo Saldaña Amador
México (Aunam). Una casta de valientes, reunida en un espacio cercano a la Luna, alcanzó el éxtasis entre notas musicales, llegó al “barrio de la alegría” y permaneció ahí por casi tres horas. Pancho Varona y Antonio García de Diego fueron los anfitriones de una noche entre amigos, recuerdos, tequila, amor y magia: una noche sabinera.

Después de la bienvenida, quedó claro que el Lunario se volvería un espacio íntimo donde fans y artistas entrarían en comunión; y como las mejores cosas pasan tras el crepúsculo, cuando el sol “se mete a las siete en la cuna del mar a roncar, mientras un servidor le levanta la falda a la luna…”.

Así, con la frente marchita y a la orilla de la chimenea, envueltos en luces tenues en colores rojo, violeta, azul y verde, Panchito y García de Diego contaron la historia de algunas de las canciones más famosas del repertorio de Joaquín Sabina y les dieron un pequeño giro, para tocar algunas como fueron concebidas.

Algunos temas bastaron para que, al llegar Contigo, el coro multitudinario opacara con su “Y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres; porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren” el concierto de una famosa jarocha en el vecino Auditorio Nacional.

Y faltaría aún la aparición de los valientes, no cantantes, que subirían al tablado para interpretar Caballo de cartón, Princesa, El Rocanrol de los idiotas, Calle Melancolía entre otras. A lo largo de la noche se escucharon letras no ligadas a la memoria sabinera, pero sí de autoría de alguno de los bardos españoles que brillaban en el escenario.

El blues de la soledad, famosa en la voz de Miguel Ríos, y No me importa nada, inmortalizada por Luz Casal, fueron un par de joyas extrañas en la noche, además de algunas revelaciones para neófitos fans, como que Esta boca es mía es en realidad una composición de Varona para su hija, aunque en voz de Sabina suene a otra cosa.

“Y me envenenan los besos que voy dando y, sin embargo, cuando duermo sin ti, contigo sueño…” y con todo así la noche avanzaba y las emociones no paraban, a nadie parecía importarle el avance de las manecillas ni las desafinadas voces que llegaron a escucharse.

Incluso hubo lugar para juegos, como cuando Panchito Varona cantara “yo no quiero sembrar ni compartir; yo no quiero catorce de febrero…” a ritmo de Mentiras piadosas, para platicar sobre la composición conjunta de las canciones en las cuales, al final, Sabina pone el toque justo.

Y desde la mano del ausente vino una canción que los músicos refirieron como “una autobiografía de Joaquín”: Tan joven y tan viejo.

La noche avanzaba y aquello de “y nos dieron las diez y las once, las doce…” se iba transformando de estribillo en realidad. Por ello los músicos pondrían punto final a este homenaje a un Joaquín Sabina ausente, pero que espiritualmente saciaba el alma del público.

Sin pensarlo, los presentes se vieron transportados al “barrio de la alegría”, al cual el cantante español jamás llegará; pero que de la mano de Varona y García de Diego se materializara de pronto. Y sí, hay una vida sin Sabina… y al menos esta noche, o con las Noches Sabineras para ser precisos, resultó bastante amorosa, fresca y divertida.






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